Esta semana traemos un breve relato sobre cómo ha transcurrido la primera asignatura del Máster, que además ha sido impartida por el Centro de Buceo de la Armada, en Cartagena, contada por uno de sus alumnos, Juan Jesús Oliver Laso.
El día 9 de septiembre del presente año dio comienzo la asignatura optativa del Máster en Historia y Patrimonio Naval denominada «Buceo Científico», que se correspondía con el XXX Curso del mismo nombre de la Universidad del Mar, y allí me presenté. Con muchas ganas e ilusión fuimos recibidos por las autoridades militares pertinentes para darnos la bienvenida y explicarnos un poco el devenir del curso, así como el emblemático lugar donde nos encontrábamos para la realización del mismo: el Centro de Buceo de la Armada (CBA). La importancia de esta institución naval radica en que allí se forman todos los militares y miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado que tienen que realizar algún tipo de actividad subacuática.
Tras el caluroso recibimiento de sus jefes y oficiales, nos llevaron a unos vestuarios y luego nos dirigimos al muelle del CBA, donde realizamos unas sencillas pruebas físicas, y de esta forma los instructores comprobaron cuál era nuestro estado de forma. Tras aguantar un minuto en apnea, recorrer una distancia buceando (también en apnea), hacer un picado y nadar unos cuantos metros, los instructores y responsables del curso nos dirigieron a un gran edificio donde se encontraba la cámara hiperbárica, un impresionante “cubo” de metal donde fuimos entrando en pequeños grupos para someter nuestro cuerpo a la misma presión en la que nos encontraríamos al realizar una inmersión en mar abierto a treinta metros de profundidad. En esos momentos el nerviosismo y la emoción de los que allí estábamos envolvió el lugar, todos queríamos superar esa prueba, sentirnos aptos para realizar inmersiones a treinta metros de profundidad y disfrutar de los maravillosos fondos marinos, ricos en una fauna y flora que no podemos disfrutar desde superficie, sin olvidar, por supuesto, los innumerables restos de patrimonio sumergido existentes.
Cuando llegó nuestro turno tuvimos que entrar en la cámara hiperbárica, un receptáculo interior angosto que nos acogió durante unos minutos. Mi pulso se empezó acelerar por el nerviosismo que me producía encontrarme en un lugar como éste, novedoso para alguien que nunca había tenido relación con el buceo y mucho menos con una cámara hiperbárica. La presión pronto empezó a ser percibida por mis oídos, por lo que debía realizar la maniobra de Valsalva y así aliviarla para poder continuar con el ejercicio. La tarea terminó al cabo de unos cuantos minutos, y sirvió para ver si éramos aptos para realizar buceo.
Bucear es una actividad que se lleva a cabo en un medio hostil, por así decirlo, y que requiere unas buenas capacidades físicas y mentales para poder resistir una inmersión, lo cual se debe acompañar de altas dosis de seguridad en el medio acuático. De enseñar cuáles eran estas nociones de seguridad se encargarían de manera efectiva nuestros instructores durante todo el curso, ya que ésta era la base o piedra angular en torno a la cual giraban las dos semanas y media que duraba el curso de buceo.
Superada la cámara hiperbárica fuimos a un pañol donde recibimos todo el equipo que íbamos a emplear durante el curso; éste constaba de botella, reguladores, neopreno, máscara, escarpines, etc. Así concluyó el primer e intenso día en el Centro de Buceo de la Armada.
El martes, a las siete de la mañana, como casi todos los días del curso, empezó nuestra preparación como buceadores dos estrellas. Tras recoger el equipo que el día anterior dejamos guardado en los secaderos (lugares donde colgábamos, después de la inmersión, nuestros trajes y equipos mojados para que se secasen), nos dirigimos a la piscina localizada en la base de submarinos para, de esta forma y en un lugar controlado, familiarizarnos con el material y su funcionamiento. Esta piscina ubicada en el Arsenal y la que se encuentra en las instalaciones del Tercio de Levante, fueron los espacios donde poco a poco los instructores nos fueron formando como buceadores. Estas inmersiones controladas, y las que posteriormente hicimos en la mar, se llevaron a cabo en pareja, ya que el compañero es una pieza clave en el buceo; él puede salvarte la vida si te quedas sin aire en la botella, o te puede ayudar a colocarte el cinturón de plomos si se cae en el mar o asistirte a la hora de salir a superficie si te encuentras mal.
Los días en la piscina transcurrieron con normalidad, poco a poco fuimos más conscientes de las partes de nuestro equipo y de su funcionamiento, así como de los posibles problemas que podían surgir bajo el agua, tales como perder los plomos, colocarnos de nuevo las gafas y extraer de ellas el agua de su interior, solventar el cierre de la grifería que suministra aire, etc.
Estas maniobras nos prepararon para posibles eventualidades que pudieran acontecer en un día de inmersión. Dichas acciones eran nociones de seguridad básicas que debíamos saber, y que los instructores, con paciencia y dedicación, se encargaron de enseñarnos. No sólo se fraguaba en el curso la palabra seguridad en nuestra mente, sino también un gran espíritu de compañerismo entre los hombres y mujeres que lo realizamos. Esta buena relación amenizó nuestra estancia en el curso.
El compañerismo se veía también reflejado en las clases teóricas que, después de colgar los equipos en los secaderos, recibimos por parte de los instructores y otros miembros del C.B.A., como los médicos. Los sanitarios nos familiarizaron con las enfermedades que puede sufrir un buceador, y cómo se debía proceder en el caso de padecerlas (la palabra seguridad volvía a estar presente).
Las visitas a la piscina en los días venideros llegaron a su fin, cambiando este escenario por la dársena del C.B.A., y posteriormente por el mar abierto.
Todas las mañanas cargábamos las embarcaciones con el material y nos dirigíamos a la zona de inmersión para sumergirnos, siempre acompañados de un instructor que debía controlar el correcto devenir de la inmersión. Tras familiarizarnos con los equipos y adaptarnos al medio, comenzamos a disfrutar de las maravillas que encontrábamos en el mar.
Después de disfrutar de la ingravidez que sufre el cuerpo al encontrarse sumergido, contemplar las formaciones vegetales que a nuestro alrededor se localizaban y disfrutar de los peces y otros seres como los pulpos que allí se encontraban, procedimos a subir a superficie, cargar el equipo en la Yankee (embarcación que empleábamos para llegar a la zona de inmersión) y tomarnos un buen almuerzo. Este aperitivo forjaba nuestro compañerismo y el buen ambiente, y servía para poner en común las anécdotas y experiencias que cada uno de nosotros había experimentado en la inmersión.
Los días transcurrieron, y poco a poco fuimos más conscientes de la seguridad que debíamos aplicar a nuestras inmersiones, así como el respeto por los seres vivos, el patrimonio y los espacios naturales a los que acudíamos a sumergirnos.
Los instructores se afanaban en aleccionarnos correctamente, y ello conllevó un grado elevado de cercanía y confianza mutua. Desde aquí debemos agradecerles su buen hacer, profesionalidad y, por qué no decirlo, paciencia, ya que esta actividad era nueva para nosotros y a veces nos costaba comprender o asimilar algunos conceptos. También debemos agradecer que nos mostrasen lugares tan maravillosos cómo la cueva de la Virgen, o la del Lago, sin duda una experiencia para nuestros sentidos. Nunca pensé que nuestras costas albergasen estas maravillas naturales que todos y cada uno de nosotros debemos conservar y proteger.
Poco a poco el curso fue llegando a su fin, pero no las ganas de seguir disfrutando del buceo y del compañerismo, que cada día nos encargábamos de mejorar mucho más.
El veintiséis de septiembre fue el último día del curso. Una jornada cargada de emociones, no sólo por recibir el diploma de la Universidad del Mar o recoger la documentación que nos acreditaba como buceadores dos estrellas, sino por dejar el Centro de Buceo de la Armada que nos permitió aprender y disfrutar tanto de esta actividad subacuática. Su acogida fue desde el primer día magnífica (y me quedo corto en la expresión), y como detalle por parte de los miembros que componen dicha institución, nos obsequiaron con una comida para todos los participantes de nuestro curso y el de navegación, que también se estaba llevando a cabo en las instalaciones del Centro de Buceo de la Armada.
En torno a la comida que nos prepararon, las despedidas comenzaron a tener lugar, ya que muchos alumnos venían de lugares tan lejanos como Madrid o Jaén. Nos resultó muy duro decir “hasta luego” a los compañeros y amigos que durante el tiempo que duró el curso nos tendieron la mano para colocarnos el pesado equipo, ayudado a colocar las botellas en su estiba, o simplemente echar unas risas en el largo trayecto hasta el lugar de inmersión.
Es cierto que cada uno de nosotros ha vuelto a su día a día, a la rutina, pero también lo es que cada uno guarda en su memoria estas semanas en el CBA como algo increíble que jamás podremos olvidar. Ahora, lo que más me anima es pensar que el lunes comenzarán otras asignaturas, no menos interesantes del Máster, tales como Arqueología Subacuática, Derecho Marítimo, Historia Naval, Restauración y Conservación de documentos, Archivística y Museología, etc. En fin, unos meses apasionantes.
Esperamos más relatos de vuestras aventuras
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Que envidia, nos tendreis que contar mas, enhorabuena
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Me ha encantado el post, como fan del submarinismo espero más fotos y posts. Un saludo
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¡Hola! Muchas gracias por compartir tu experiencia. Me gustaría aclarar unas cuantas dudas que tengo ya que voy a realizar el curso este año y soy de fuera. Si no es mucha molestia ¿podríamos hablar por email? gracias, ¡un saludo! 😀
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Hola Silvia, te acabo de mandar a tu correo la dirección del alumno que ha redactado esta entrada. Saludos.
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