Por Francisco Cabezos, Licenciado en Historia por la Universidad de Salamanca y Máster en Historia y Patrimonio Naval
Esta entrada es continuación de otra del mismo autor sobre la creación del cuerpo de pilotos.
El número de pilotos del Cuerpo en cada Departamento evolucionará a lo largo del siglo XVIII, condicionado por el crecimiento y decrecimiento de los buques y, por lo tanto, por las necesidades de dotarlos.

Algunos nombres de los pilotos de Cartagena según el Estado General de la Armada de 1797
Fuentes documentales establecen que en la dotación teórica de un navío debía haber 1 Primero, 1 Segundo y 2 Pilotines. Se entiende, por lo tanto, que esa será la proporción básica para reglar las dotaciones del Cuerpo, a pesar de lo cual encontramos momentos en que las circunstancias requerían a pilotos particulares para completar las dotaciones.

Segundos pilotos de Ferrol (1797)
La Ordenanza de 1748
Previniendo estas circunstancias, la segunda mitad del siglo XVIII vio tanto el desarrollo del Cuerpo de Pilotos como el de sus centros de formación. La Ordenanza de 1748 preveía la creación de Escuelas departamentales orientadas a la formación y promoción de profesionales del pilotaje para el servicio en la Armada. Además, se incentivó la formación y examen calificativo de pilotos particulares, asegurándose con ello un mecanismo de control de los profesionales de la náutica en la España del momento.

Pilotos, pilotines y prácticos en Cartagena (1797)
Se establecían así unos estándares orientados a la política naval borbónica y sus necesidades, contextualizado en un creciente control a través de la Secretaría de Marina y de la Armada de todo lo concerniente al mundo marítimo, civiles incluidos. Esto se cristalizaría igualmente al desarrollarse escuelas de pilotaje particulares en la segunda mitad de siglo. Estas, resultado de las políticas de libre comercio de las décadas de los 60-70, crecieron bajo la supervisión y control del Cuerpo de Pilotos, siendo muchas de ellas reflejo de las Escuelas Departamentales de la Armada. Se da el caso de que en 1790 se unifican los planes de enseñanza náutica en España con la aplicación del Plan Winthuysen, procurando tanto esclarecer las diferencias formativas entre escuelas como aclarar las pautas del oficio del pilotaje.

Documento publicado sobre el certamen celebrado en la Escuela de Navegación de Cartagena durante esta época (Fuente: AGS, SMA 0212)
De esta manera, el desarrollo de este oficio tanto en la Armada como en el mundo mercante, evoluciona dentro de los esquemas ilustrados al convertirse en un oficio científico. Matemáticas, astronomía, geometría, física o ingeniería son algunas de las materias que deben desarrollar los pilotos en su proceso formativo. Este proceso se actualiza con los nuevos elementos de la ciencia ilustrada, tanto en las escuelas existentes antes de la formación del Cuerpo, como en las surgidas en la segunda mitad del XVIII. La Corona española lograría a grandes rasgos disponer de profesionales examinados, garantizando una mínima formación teórico-práctica para un correcto desarrollo de sus actividades marítimas.
Oficiales de guerra
La excelencia lograda a través de los conocimientos aplicados al pilotaje ilustrado, así como la importancia del puesto desarrollado por los pilotos lleva a que en la década de los 80 se les reconozca como oficiales de guerra. Esta distinción los aleja de los discordantes tratos del resto de la tripulación, reconociéndoles rangos y salarios acordes a un nivel profesional superior al de un marinero, cocinero o carpintero. Si bien esto no significa que logren alcanzar los lugares que se presuponen para un oficial del Cuerpo General, produce un acercamiento de los pilotos a los marinos formados como guardiamarinas. Esa equiparación y el amplio desarrollo científico del pilotaje en la Armada les llevará en ocasiones a duros enfrentamientos con los capitanes y oficialidad mayor de los buques de la Marina borbónica, considerados superiores por su formación y enfrentando decisiones.
El Cuerpo de Pilotos de la Armada llega por lo tanto a postularse como un puente entre el pueblo y la aristocracia, permitiendo a aquellos afortunados válidos para su desarrollo en la náutica llegar a alcanzar niveles cognitivos y rangos que de otra manera se quedaban sólo para la aristocracia formada en las Compañías de Guardias Marinas. A su vez, la importancia del Cuerpo en el mundo civil se tradujo en la creación de un plantel de profesionales a disposición de la Corona, equiparados con los niveles profesionales del pilotaje militar a través del control ejercido por la Armada a nivel formativo y administrativo.
Declive
A pesar de los logros y la evolución del Cuerpo y el oficio de piloto en la España del XVIII, no fue un camino de rosas. Los altibajos de la Real Armada y de la propia Corona borbónica y su administración afectaron en momentos puntuales con reducciones de personal o con falta de fondos en las escuelas de navegación. Golpes como el de Cabo San Vicente (1797) o Trafalgar (1805), minaron las capacidades materiales y humanas de la Marina de guerra española, afectando con ello al Cuerpo de Pilotos. Godoy no libraría al pilotaje militar de reducciones de personal y fondos, de la misma manera que la Guerra de Independencia y los momentos posteriores no salvarían a la dotación de la Armada de una constante decadencia que se saldaría con la disolución del Cuerpo en 1846. Si bien el oficio se perpetuó, lejos quedó el pilotaje militar de los grandes logros de su existencia ilustrada.
Más información
CABEZOS, Francisco. El Cuerpo de Pilotos de la Armada en Cartagena (1748-1805). Mediterránea-Ricerche Storiche, 2017, 39, p. 85-126
GARCÍA GARRALÓN, Marta. Los ojos del buque: los pilotos de los navíos del rey (1748-1846). En SÁNCHEZ BAENA, Juan José, CHAÍN NAVARRO, Celia, MARTÍNEZ SOLÍS, Lorena. Estudios de Historia Naval. Actitudes y medios en la Real Armada del s. XVIII. Murcia: Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, 2012, p. 189-213.
SELLÉS, Manuel A. y LAFUENTE, Antonio. La formación de los pilotos en la España del siglo XVIII. En PESET, José Luis (ed.). La Ciencia moderna y el Nuevo Mundo. Madrid: CSIC-Sociedad Latinoamericana de Historia de las ciencias y de la tecnología, 1985, p. 149-191.
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