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Archive for the ‘– Marinos ilustrados’ Category

Hemos oído hablar de las hazañas de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, de cómo deslumbraron con su joven inteligencia a los sabios franceses, pero no conocemos hasta qué punto sus descubrimientos fueron importantes y cómo repercuten en la actualidad. Por eso recurrimos al trabajo de un catedrático de este ramo, Miguel Sevilla, para conocerlos.

La forma y dimensiones de la Tierra son factores que están muy implicados con la navegación, ya que facilitan el establecimiento de sistemas de referencia y la representación de puntos de la superficie.

Ya en la Antigüedad, el bibliotecario de Alejandría Eratóstenes (276-195 a.C.) determinó el radio terrestre, y lo calculó en unos 6267 Km. Posteriormente otros siguieron con estos trabajos hasta llegar a Newton, que concluyó que la Tierra no es una esfera, sino que es un elipsoide de revolución achatado por los polos del eje de rotación.

Giovanni Cassini

Más tarde astrónomos italianos como los Cassini concluyeron que el elipsoide terrestre debía ser alargado en el sentido del eje de rotación, lo contrario de lo obtenido por Newton.

Para intentar zanjar esta controversia, en el siglo XVIII, la Academia de Ciencias de París organizó dos expediciones, para medir la longitud de un grado de meridiano en dos lugares: uno en las proximidades del Polo (Laponia) y otro en el Ecuador (entonces en el Virreinato del Perú), y posteriormente comparar los resultados experimentales obtenidos por estas expediciones.

Poder llegar a esos dos lugares suponía solicitar permiso e invitar a las naciones en las que ambos territorios estaban integrados. Así, la realidad era que pretender hacer mediciones en el Ecuador suponía entrar en tierras coloniales españolas, por lo que la diplomacia entró en juego rápidamente y la Armada española fue llamada a participar, para lo que invitaban a dos “de su más hábiles oficiales”. Así una Real Orden (1734) ordenaba seleccionar a:

dos personas en quienes concurrieran no sólo las condiciones de buena educación, indispensables para conservar amistosa y recíproca correspondencia con los académicos franceses, sino la instrucción necesaria para poder ejecutar todas las observaciones y experiencias conducentes al objeto, de modo que el resultado fuese fruto de sus propios trabajos, con entera independencia de lo que hicieran los extranjeros.”

En un alarde de inteligencia, los responsables decidieron enviar a los dos guardiamarinas mejor preparados que tenían en la Academia, aunque eran muy jóvenes en comparación con la media de 30-40 años de los científicos franceses. Juan y Ulloa no tenían más que veintiuno y diecinueve años y carecían de graduación militar, por lo que se les ascendió directamente a tenientes de navío. Inicialmente esta situación provocó la burla y el desprecio de los expedicionarios galos, pero conforme iban pasando tiempo con ellos la relación fue de camaradería y de admiración. Estos lazos durarían toda la vida de los protagonistas y les abrirían las puertas de las más prestigiosas academias europeas del momento.

Portada del libro que escribieron

El arco del Ecuador

La expedición, que tuvo lugar entre 1734 a 1744 estuvo integrada, además de los citados Jorge Juan y Antonio de Ulloa, por prestigiosos académicos franceses como Louis Godin (1704-1760) (astrónomo), Charles Marie de La Condamine (1701-1774) (químico y geógrafo), Pierre Bouguer (1698-1758) (matemático) y otros expertos botánicos, cirujanos, ingenieros, agrimensores y dibujantes. Llegó al Virreinato del Perú, y se situó a 2 grados de latitud sur para hacer las mediciones.

Una ilustración del libro que escribieron en 1747

Como la longitud del grado resultó mayor en el Polo que en el Ecuador, se confirmaron las conclusiones a las que llegó Newton. Años más tarde, Jorge Juan y Antonio de Ulloa publicaron sus trabajos en el libro «Observaciones Astronómicas y Físicas hechas de orden de S.M. en los Reynos del Perú« (1748).

Desde entonces la Tierra se considera, en segunda aproximación, un «elipsoide de dos ejes, achatado por los polos del eje de rotación». Ésta es otra aportación más de los oficiales de la Real Armada ilustrada del siglo XVIII español.

Más información

Jorge Juan y la Ciencia ilustrada. Madrid: Ministerio de Defensa, 2017.

Jorge Juan Santacilia. Revista Canelobre, 2006, 51.

SEVILLA DE LERMA, Miguel J. La Geodesia, de Jorge Juan a nuestros días. Jornadas sobre Jorge Juan y la Ciencia Española. Madrid: Publicación de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 2009, p. 57-76.

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En el Océano Pacífico hay una pequeña isla deshabitada llamada Salas y Gómez (Motu Motero Hiva para sus habitantes aborígenes). Durante mucho tiempo se ha pensado que éste era el nombre de su descubridor español. Sin embargo, la realidad es distinta.

Los pilotos de la Real Armada

Un piloto español, José de Salas y Valdés descubrió esta isla en la década de los 70 del siglo XVIII, y durante unos 30 años se conoció por los apellidos de su descubridor, Salas y Valdés. A partir de 1805 José Manuel Gómez, capitán y piloto de la fragata Víctor, arribó en sus costas, la describió y dio noticia de ella, reconociendo que Salas ya la había visitado. Entonces esta tierra empezó a denominarse con el primer apellido de los dos marinos españoles que antes llegaron a ella, Salas y Gómez.

Pero un pequeño islote como éste, en mitad del Océano Pacífico y sin habitar, no sería tan relevante, sino fuera porque recientes trabajos conjuntos del gobierno chileno y National Geographic han descubierto la increíble riqueza natural de las aguas que la rodean.

Tampoco sería tan interesante sino conociéramos la importancia que tuvo para la cultura de los habitantes de la isla de Pascua.

El islote en la cultura rapa nui

El nombre original Motu Motero Hiva se puede traducir como “islote del ave en el camino a Hiva”. La denominación Hiva hace referencia a una tierra de la cual provenían los ancestros polinesios de los Rapa Nui.

Así que la isla sobre la que se asienta este paraíso submarino es también importante por su profundo vínculo con una cultura marítima única, muy desconocida, de la que desde hace poco tiempo se sabe que tiene sus orígenes en la Polinesia. Es igualmente, por su denominación, un recuerdo vivo de los viajes de exploración de los oficiales de la Armada española en el siglo XVIII.

Más información

ENGLERT, Sebastián. La tierra de Hotu Matu’a: historia y etnología de la Isla de Pascua: gramática y diccionario del antiguo idioma de Isla de Pascua. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 2004.

Expedición a las islas de Pascua y Salas y Gómez. Informe Científico. Gobierno chileno y National Geographic, 2011.

PEQUEÑO, Germán. Peces litorales de la isla Salas y Gómez, Chile, capturados durante el crucero Cimar-Islas, en 1999. Ciencia y Tecnología del Mar, 2004, vol. 27, no 1, p. 95-101.

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En el siglo XVIII con la apertura de las academias españolas de formación de oficiales (conocida como la Academia de Guardiamarinas) estudiaron cerca de un 10% de alumnos extranjeros. Algunos sólo entraron para formarse y luego regresaron a su país de origen. Otros muchos se quedaron e hicieron carrera en la Armada española. Unos pocos son muy conocidos, por lo que han recibido más atención como por ejemplo Gravina o Malaspina.

Cadiz

La ciudad de Cádiz dibujada por Gethe

Sin embargo, de la mayoría apenas sabemos su nombre o algún dato más (aunque en algunas webs sí que le hayan dedicado espacio a varios de ellos). En una reciente tesis doctoral del Dr. Francisco Moreo, defendida dentro del programa de la Cátedra de Historia y Patrimonio Naval, se trataban algunos de estos interesantes personajes. Por ello sintetizamos para nuestros lectores los hitos más importantes del oficial con mayor número de años de servicio desarrollados en la Real Armada durante todo el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX.

Edificio Escuela GMs

El edificio construido a principios del s. XIX para albergar la Escuela de Guardiamarinas de Cartagena

Los cadetes procedentes de la península itálica supusieron un importante porcentaje entre los extranjeros. Este hecho no es nada casual, ya que las relaciones entre ambos territorios peninsulares son tan antiguas y, en muchas ocasiones tan fuertes, como la propia historia.

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Carta náutica de la ciudad y del puerto de Génova. S. XVIII. Fuente: BNE

El oficial al que le dedicamos una entrada esta semana procedía de la República de Génova, estaba emparentado con el gran almirante, y también príncipe, Andrea Doria y llegó a ser Teniente General. Sirvió en la Real Armada Española la increíble cifra de 64 años.

Andrea Doria. Effigies Regum, 1598. Fuente: BNE

Marcelo Spínola y Tribucci

Había nacido en Génova en 1755 y era hijo de la nobleza genovesa que prestaba servicios a Carlos VII, soberano de los Reinos de Nápoles y de Sicilia. Cuando este rey llega a España en 1759, ya como Carlos III, la suya fue una de las familias que le acompañaron a su nuevo reino.

A la edad de 16 años se incorporó a la Academia gaditana (1771). Terminados sus estudios teóricos con resultados satisfactorios en tan sólo 2 años (este corto periodo de tiempo es el que necesitaron, también, otros ilustres oficiales como los hermanos Ciscar), realizó las preceptivas prácticas de mar embarcando en el jabeque Pilar, el 8 de diciembre de 1773, zarpando en misión de corso y al año siguiente, ya como oficial, participó en el socorro de Melilla.

A partir de ese momento el corso ocuparía una parte importante de su vida militar, ya que intervino en numerosas acciones por las que recibió ascensos, dada su capacidad y buen hacer. Formó parte de las escuadras de relevantes e insignes comandantes como Luis de Córdoba, José Solano, Antonio Barceló, Francisco Hidalgo de Cisneros. José de Mazarredo, José Justo Salgado y Cayetano Valdés.

En agosto de 1787 dejó este destino, ya que había sido elegido para hacer el Curso de Estudios Mayores en Cartagena. Al terminarlo fue enviado al Observatorio de San Fernando y allí permaneció hasta 1793.

Edificio del Real Observatorio Astronómico de Madrid

También realizó diversas misiones en América, portando caudales, escoltando  convoyes y llevando pertrechos donde eran requeridos. Tuvo una fuerte vinculación con los departamentos marítimos de Cádiz y de Cartagena, ya que en ellos ocupó importantes cargos, tanto militares como políticos.

La gran cruz de la Órden de San Hermenegildo

Su último destino fue en Cádiz, ascendido ya a Teniente General de la Armada, en 1829, hasta que le llegó la muerte en 1836, habiendo recibido la recién creada Orden Real y Militar de San Hermenegildo, con el grado de Gran Cruz.

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Fuente: MOREO, F. Tesis doctoral.

Este oficial de origen genovés, que murió cumplidos ocho decenios, estuvo sirviendo en la Real Armada Española nada más y nada menos que casi 64 años. Todo un record.

Más información

Biografía de don Marcelo Spínola y Tribucci. Blog Todoavante, 2015.

DE PAULA PAVÍA, F. Galería bibliográfica de los Generales de Marina, Jefes y Personajes Notables desde 1700 a 1868, vol. III. Madrid: Imprenta J. López Mayor, 1873, pp. 543-548.

FERNÁNDEZ DURO, C. Armada Española desde la Unión de los Reinos de Castilla y de Aragón. Madrid: Museo Naval, 1973. Vol. VIII, entre los años 1789-1808, pp. 192, 209, 210, 493, 497.

GARCÍA-TORRALBA PÉREZ, E. Navíos de la Real Armada 1700-1860. Madrid: Fondo editorial de ingeniería naval, Colegio oficial de Ingenieros Navales y Oceánicos de España,  2016.

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Por Francisco Cabezos, Licenciado en Historia por la Universidad de Salamanca y Máster en Historia y Patrimonio Naval

Esta entrada es continuación de otra del mismo autor sobre la creación del cuerpo de pilotos.

El número de pilotos del Cuerpo en cada Departamento evolucionará a lo largo del siglo XVIII, condicionado por el crecimiento y decrecimiento de los buques y, por lo tanto, por las necesidades de dotarlos.

Algunos nombres de los pilotos de Cartagena según el Estado General de la Armada de 1797

Fuentes documentales establecen que en la dotación teórica de un navío debía haber 1 Primero, 1 Segundo y 2 Pilotines. Se entiende, por lo tanto, que esa será la proporción básica para reglar las dotaciones del Cuerpo, a pesar de lo cual encontramos momentos en que las circunstancias requerían a pilotos particulares para completar las dotaciones.

Segundos pilotos de Ferrol (1797)

La Ordenanza de 1748

Previniendo estas circunstancias, la segunda mitad del siglo XVIII vio tanto el desarrollo del Cuerpo de Pilotos como el de sus centros de formación. La Ordenanza de 1748 preveía la creación de Escuelas departamentales orientadas a la formación y promoción de profesionales del pilotaje para el servicio en la Armada. Además, se incentivó la formación y examen calificativo de pilotos particulares, asegurándose con ello un mecanismo de control de los profesionales de la náutica en la España del momento.

Pilotos, pilotines y prácticos en Cartagena (1797)

Se establecían así unos estándares orientados a la política naval borbónica y sus necesidades, contextualizado en un creciente control a través de la Secretaría de Marina y de la Armada de todo lo concerniente al mundo marítimo, civiles incluidos. Esto se cristalizaría igualmente al desarrollarse escuelas de pilotaje particulares en la segunda mitad de siglo. Estas, resultado de las políticas de libre comercio de las décadas de los 60-70, crecieron bajo la supervisión y control del Cuerpo de Pilotos, siendo muchas de ellas reflejo de las Escuelas Departamentales de la Armada. Se da el caso de que en 1790 se unifican los planes de enseñanza náutica en España con la aplicación del Plan Winthuysen, procurando tanto esclarecer las diferencias formativas entre escuelas como aclarar las pautas del oficio del pilotaje.

Documento publicado sobre el certamen  celebrado en la Escuela de Navegación de Cartagena durante esta época (Fuente: AGS, SMA 0212)

De esta manera, el desarrollo de este oficio tanto en la Armada como en el mundo mercante, evoluciona dentro de los esquemas ilustrados al convertirse en un oficio científico. Matemáticas, astronomía, geometría, física o ingeniería son algunas de las materias que deben desarrollar los pilotos en su proceso formativo. Este proceso se actualiza con los nuevos elementos de la ciencia ilustrada, tanto en las escuelas existentes antes de la formación del Cuerpo, como en las surgidas en la segunda mitad del XVIII. La Corona española lograría a grandes rasgos disponer de profesionales examinados, garantizando una mínima formación teórico-práctica para un correcto desarrollo de sus actividades marítimas.

Oficiales de guerra

La excelencia lograda a través de los conocimientos aplicados al pilotaje ilustrado, así como la importancia del puesto desarrollado por los pilotos lleva a que en la década de los 80 se les reconozca como oficiales de guerra. Esta distinción los aleja de los discordantes tratos del resto de la tripulación, reconociéndoles rangos y salarios acordes a un nivel profesional superior al de un marinero, cocinero o carpintero. Si bien esto no significa que logren alcanzar los lugares que se presuponen para un oficial del Cuerpo General, produce un acercamiento de los pilotos a los marinos formados como guardiamarinas. Esa equiparación y el amplio desarrollo científico del pilotaje en la Armada les llevará en ocasiones a duros enfrentamientos con los capitanes y oficialidad mayor de los buques de la Marina borbónica, considerados superiores por su formación y enfrentando decisiones.

El Cuerpo de Pilotos de la Armada llega por lo tanto a postularse como un puente entre el pueblo y la aristocracia, permitiendo a aquellos afortunados válidos para su desarrollo en la náutica llegar a alcanzar niveles cognitivos y rangos que de otra manera se quedaban sólo para la aristocracia formada en las Compañías de Guardias Marinas. A su vez, la importancia del Cuerpo en el mundo civil se tradujo en la creación de un plantel de profesionales a disposición de la Corona, equiparados con los niveles profesionales del pilotaje militar a través del control ejercido por la Armada a nivel formativo y administrativo.

Declive

A pesar de los logros y la evolución del Cuerpo y el oficio de piloto en la España del XVIII, no fue un camino de rosas. Los altibajos de la Real Armada y de la propia Corona borbónica y su administración afectaron en momentos puntuales con reducciones de personal o con falta de fondos en las escuelas de navegación. Golpes como el de Cabo San Vicente (1797) o Trafalgar (1805), minaron las capacidades materiales y humanas de la Marina de guerra española, afectando con ello al Cuerpo de Pilotos. Godoy no libraría al pilotaje militar de reducciones de personal y fondos, de la misma manera que la Guerra de Independencia y los momentos posteriores no salvarían a la dotación de la Armada de una constante decadencia que se saldaría con la disolución del Cuerpo en 1846. Si bien el oficio se perpetuó, lejos quedó el pilotaje militar de los grandes logros de su existencia ilustrada.

Más información

CABEZOS, Francisco. El Cuerpo de Pilotos de la Armada en Cartagena (1748-1805). Mediterránea-Ricerche Storiche, 2017, 39, p. 85-126

GARCÍA GARRALÓN, Marta. Los ojos del buque: los pilotos de los navíos del rey (1748-1846). En SÁNCHEZ BAENA, Juan José, CHAÍN NAVARRO, Celia, MARTÍNEZ SOLÍS, Lorena. Estudios de Historia Naval. Actitudes y medios en la Real Armada del s. XVIII. Murcia: Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, 2012, p. 189-213.

SELLÉS, Manuel A. y LAFUENTE, Antonio. La formación de los pilotos en la España del siglo XVIII. En PESET, José Luis (ed.). La Ciencia moderna y el Nuevo Mundo. Madrid: CSIC-Sociedad Latinoamericana de Historia de las ciencias y de la tecnología, 1985, p. 149-191.

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Iniciamos el mes de septiembre con una interesante entrada de Francisco Cabezos Almenar, Licenciado en Historia por la Universidad de Salamanca y Máster en Historia y Patrimonio Naval, sobre el origen y nacimiento del cuerpo de pilotos de la Real Armada Española, a la que seguirá otra en la que se explicará su evolución en los distintos departamentos navales. 

El siglo XVIII supuso, gracias a las reformas de la dinastía borbónica, la modernización estructural y orgánica de la inmensa mayoría de los elementos que configuraban la Corona española en distintos campos. Estos esfuerzos se llevarían a cabo gracias a una potenciación y profesionalización de distintos oficios, aglutinando en ocasiones de manera corporativa a un conjunto de profesionales con el objetivo de controlar su desarrollo ante las necesidades proyectadas para el Reino.

La Marina de guerra española fue uno de los elementos más importantes de este proceso, desarrollando en el nuevo panorama ilustrado los perfiles materiales y humanos que la configuraban. Junto al Cuerpo General y el de Intendencia, otros grupos fueron surgiendo a lo largo del siglo XVIII, con el objeto de aglutinar de manera corporativa a grupos profesionales de importancia para el servicio en la Real Armada. Ingenieros, cirujanos o pilotos son claros ejemplos, siendo estos últimos los que aquí presentamos.

Ordenanzas de 1748

La figura profesional del piloto

El piloto era en el mar la persona que debía establecer las pautas de navegación del barco, procurando que este llegase a su destino de la mejor manera posible y haciéndose valer de los conocimientos propios de la náutica: astronomía, navegación, cartografía, entre otros. Durante la Edad Moderna había sido un oficio tomado en gran importancia, puesto que un marino con conocimientos de pilotaje era una pieza fundamental en cualquier navegación, sobre todo si este exponía una dilatada experiencia en una zona o derrotero específico. Esta sería una de las razones por las que durante el siglo XVI o XVII se buscase, por ejemplo, regular y controlar el oficio de piloto de cara a la Carrera de Indias, dando pie a exámenes y a la creación de escuelas de náutica como el Colegio de San Telmo de Sevilla (1681).

Imagen de la portada del Tratado cuarto de las Ordenanzas de 1748

Conscientes del papel del piloto en el marco profesionalizador de la nueva marina de guerra borbónica, en el XVIII se planteó disociar el pilotaje militar del civil. El Real Servicio debía disponer de sus propios pilotos, formados y listos para su desarrollo en los barcos y operaciones que la Corona dispusiera, evitando la vieja costumbre de contar con pilotos mercantes, tal y como ocurría en los siglos anteriores. La nueva Armada debía disponer de hombres para la guerra, capaces de desarrollarse entre el fuego y la metralla tanto como entre las tempestades.

Los primeros exámenes

En 1734 se daba orden de establecer un primer número fijo, asignando una treintena de pilotos de manera estable para su servicio en los navíos del Rey. Los aspirantes fueron examinados en Cádiz, asegurando así las capacidades profesionales de los que formarían la primera dotación de pilotos de la Armada. Dos años más tarde se haría lo propio en el resto de Departamentos, viendo como sin estar formado aún el Cuerpo de Pilotos se daban los primeros pasos hacia el mismo. Se aseguraban así la autosuficiencia de la Armada en el recurso humano.

Nace el Cuerpo de Pilotos de la Armada

Los pasos dados en la década de los 30 se cristalizarán en 1748 con la creación formal del Cuerpo de Pilotos de la Armada, detallando sus características y obligaciones en las Ordenanzas de ese mismo año. Su organigrama situaría un número de pilotos de dotación en cada uno de los tres Departamentos peninsulares, dependiendo jerárquicamente de un Director departamental. Estos responderán ante el Director del Cuerpo en Cádiz y este a su vez de las instancias superiores:

Escala de mando del Cuerpo. Fuente: Cabezos Almenar, 2017: 88

Jerarquía

Los pilotos a su vez se organizarán en torno a tres clases, coincidiendo estas con su experiencia y capacidades y, por lo tanto, con la categoría: Primer Piloto, Segundo Piloto y Pilotín (de mayor a menor categoría). A estas habría que sumar la categoría de Piloto Práctico, el cual se centraría en tareas de navegación costera y por lo tanto estaría por debajo de las clases superiores proyectadas a la navegación de altura. Cada clase tendrá asignadas unas competencias superiores o inferiores dentro de cada navío, siempre asociadas al nivel cognitivo y la experiencia.

Más información

CABEZOS, Francisco. El Cuerpo de Pilotos de la Armada en Cartagena (1748-1805). Mediterránea-Ricerche Storiche, 2017, 39, pp. 85-126

GARCÍA GARRALÓN, Marta. Los ojos del buque: los pilotos de los navíos del rey (1748-1846). En SÁNCHEZ BAENA, Juan José, CHAÍN NAVARRO, Celia, MARTÍNEZ SOLÍS, Lorena. Estudios de Historia Naval. Actitudes y medios en la Real Armada del s. XVIII. Murcia: Universidad de Murcia, Servicio de publicaciones, 2012, pp. 189-213.

SELLÉS, Manuel A. y LAFUENTE, Antonio. La formación de los pilotos en la España del siglo XVIII. En PESET, José Luis (ed.). La Ciencia moderna y el Nuevo Mundo. Actas de la I Reunión de Historia de la Ciencia y de la Técnica de los Países Ibéricos e Iberoamericanos (Madrid, 25 a 28 de septiembre de 1984). Madrid: CSIC-Sociedad Latinoamericana de Historia de las ciencias y de la tecnología, 1985, pp. 149-191.

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Rafael Monleón y Torres (1843-1900), un artista valenciano del siglo XIX, es conocido y celebrado como pintor naval, pero fuera de unos círculos reducidos su figura e importancia son mínimas.

El artista. Fuente

El artista. Fuente

Las biografías que existen hacen hincapié en su faceta artística, pero nosotros queremos remarcar la labor recopiladora, documental y difusora que este artista e intelectual llevó a cabo en pro de la Historia y el Patrimonio Naval y Marítimo a través de una impresionante colección de dibujos.

Marina

Marina

Monléon también nos dejó unas bonitas marinas, pintó impactantes batallas y dramáticas tempestades. Al contrario que otros pintores de su época, él había navegado como marino mercante y, por lo tanto, viajado lo suficiente como para tener noticia de primera mano de muchas de las naves que luego dibujó. Una vez acabada su vida como navegante, obtuvo una plaza de restaurador en el Museo Naval de Madrid, lo que le permitió entrar en contacto con la documentación histórica mas relevante.

El puerto de Alicante

El puerto de Alicante

Destacamos que Monleón no dejó atrás embarcaciones de países lejanos, sino que se documentó para dibujarlas y así dejar testimonio de su existencia, formas y estructura. El autor se ocupó igualmente de naves africanas, egipcias, indias, chinas o austronesias, y esa concepción universal de la Historia y del Patrimonio Naval, que ni siquiera hoy es frecuente, consideramos que tiene un enorme valor.

Las naves de la Historia

Mostramos y comentamos una muestra de la colección de dibujos suyos en los que quiso recoger todas las embarcaciones (barcas, canoas, naves, buques, barcos y resto de denominaciones) que se usan a lo largo de la geografía terrestre, y también las que en épocas pasadas habían sido utilizadas para surcar mares y ríos.

Entrada en el puerto

Entrada en el puerto

Esta impresionante colección está digitalizada y disponible en la Biblioteca Nacional de España (a través de la Biblioteca Digital Hispánica), y es la que vamos a comentar aquí para deleite de todos los que gustan de este tema. Nuestro especialista en historia de la navegación ha hecho los comentarios sobre las naves.

Todas las imágenes han sido tratadas y mejoradas por nuestros expertos para que, dentro de lo posible, se puedan observar de manera mas clara los detalles  y dibujos realizados.

Los que hemos recogido aquí son sólo una muestra de los casi 1000 dibujos de este prolífico autor.

Trirreme romana

En esta magnífica nave de la Antigüedad clásica es de destacar el aplustre que remata la popa (puppis) en forma de ala de ave, el gobernaculum o timón (uno a cada banda), el rostrum o ariete con el cual se embestía a la embarcación enemiga (un poco elevado pues esta pieza tenía que estar a flor de agua), la vela cuadra o redonda y, asomando por la popa, un áncora. Le faltan dos órdenes de remos.

Trirreme romana

Carraca del siglo XV

La carraca era un navío de vela destinado al comercio de grandes cargas. La embarcación dibujada va navegando empopada con la gran vela mayor o papafigo. El grueso árbol mayor lleva por encima de la verga de la vela una cofa, que era un puesto de combate desde el cual se lanzaban flechas, venablos y piedras al enemigo. Sobre la cofa aparece un pequeño mástil con una reducida vela de gavia aferrada. Lleva, también, una mesana latina aferrada o matafionada. En la proa hay un pequeño trinquete redondo o cuadro que está aferrado. Un bauprés muy levantado es el último árbol de la embarcación.

Carraca del siglo XV

Galeón del siglo XVI

Nave a vela de origen español utilizada tanto para el comercio como para la guerra. En el dibujo va navegando en popa con todo el aparejo. En la proa y atravesando el bauprés aparece media verga de la cebadera que no está envergada. Sobre el castillo de proa, el árbol de trinquete lleva izada la vela del mismo nombre, y en su mastelero el velacho. En el arranque del alcázar, el árbol mayor lleva dado su papafigo o vela cuadra mayor. En su mastelero va hinchada la gavia. En el castillo de popa la mesana latina va cazada en el cazaescota, botalón que sale del coronamiento de la popa.

Galeón del S. XVI

Barco tunecino

Barco tunecino denominado Sandala y también Sandalia. Embarcación berberisca o tunecina de cabotaje. Lleva una vela latina al viento, cazada en la popa, y una pollaca (especie de foque) con el puño de amura encapillado en el extremo del botalón de proa. Las de mayor tonelaje llevaban una mesana con una vela de abanico.

Barco tunencino

Canoa de Nueva Guinea

Esta embarcación es bastante grande, por lo cual debe estar construida como un catamarán con dos cascos unidos por una cubierta. Las canoas normales llevaban un casco con una batanga adosada (armazón exterior) para mantener el equilibrio de la embarcación. La vela, entre dos entenas que se unen en su base en forma de V, es característica del Pacífico. Lleva dos por mor de los dos cascos. Como se deja mucho espacio sin velamen en la parte baja, se han añadido varias velas cuadras, probablemente copiadas de las naves europeas.

Canoa de Nueva Guinea

Clipper

Precioso dibujo de los barcos que desde la mitad del siglo XIX hasta la II guerra mundial mantuvieron el comercio luchando con la competencia de los buques de vapor. La ilustración nos muestra la popa del barco con el palo de mesana y el del mayor popel, pues suponemos que la embarcación era de cuatro palos. Hay un buen detalla de la tabla de jarcia. Con los obenques tesos por los acolladores y las vigotas. Los obenques, para permitir que la gente suba a la arboladura tienen hecha la flechadura. Entre las dos mesas de guarnición cuelga una escala de gato para que los marineros embarquen o desembarquen de los botes.

Clipper

Nota para los investigadores: algunos de los dibujos están mal descritos y no se corresponden con las embarcaciones que aparecen. También se encuentran otros errores de diverso tipo.

Mas información

Acceso a los dibujos de Monleón desde la Biblioteca Digital Hispánica.

PIQUERAS GÓMEZ, M.J. Rafael Monleón: el pintor del mar y su historiaArs longa: cuadernos de arte, 1991, 2, p. 49-52.

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