Estos pueblos nórdicos son muy conocidos por sus magníficos barcos, los drakkar. Una parte de su sociedad, durante los siglos VIII y IX, decidió atacar los lugares que tenían más cercanos navegando por el Báltico y el mar del Norte. Ellos mismos los denominaban «hacer el vikingo» o, lo que es lo mismo, asociarse con otros para salir en misión comercial y de ataque, usando sus embarcaciones para desplazarse al continente europeo o a las islas que lo rodean.
Es ya famosa una de las primeras incursiones en las islas británicas, en el año 793, cuando atacaron, dieron muerte a muchos de sus monjes, robaron y quemaron la abadía de Lindisfarne, situada en una pequeña isla cercana a tierras inglesas. De la misma manera, llegaron a la actual Irlanda.
El continente no se libró de sus ataques y pronto se enfrentaron tanto al poderoso imperio carolingio como a los reyes y nobles de los territorios hispanos.
La llagada a las costas francesas
En el último año del siglo VIII los vikingos llegan por primera vez a la costa francesa, a Bretaña. El canal de la Mancha fue su primer objetivo, ocupando el estuario del Loira y las islas de la región, para pasar al Sena en el siglo siguiente.
El líder de los hombres del Norte era Sigurd Ragnarsson, también llamado Sigfrido (un nombre que luego se utilizaría en una de las leyendas europeas más conocidas). En el año 885 se reúnen en Ruan para asolar la campiña y llegar a la zona de Borgoña, situada en el centro-noreste de la Galia, conocida por atesorar grandes riquezas. Pero para ello debían atravesar y tomar París, donde tuvieron una honda resistencia. Dos factores influyeron: una era que Francia era cristiana, mientras que los vikingos eran para ellos infieles. Otra la defensa de su tierra, en la que habían vivido durante siglos. Caer en manos de sus atacantes significaba perder la libertad y todos sus bienes, poder ser vendidos como esclavos o incluso ser asesinados. Para la defensa de París se construyeron y fortificaron dos puentes: uno mayor que unía la isla de Francia con el continente por el margen superior y otro, algo más pequeño, al sur.
Cuando unas 700 embarcaciones vikingas amenazaron con pasar por el Sena en la región parisina, se les hizo frente con todas las armas disponibles.
La ciudad estaba defendida por el conde Eudes y el obispo Gozlin. Sigfrido, ante las potentes defensas francas, se vio obligado a sitiar la ciudad. Ello significaba tener que invernar en la región, en lugar de volver a su tierra natal. También suponía tener tiempo para pensar cómo rendir la plaza y seguir por el río hasta Borgoña. Eudes solicitó ayuda al rey del imperio carolingio, pero incomprensiblemente este monarca pagó a los vikingos para que no atacaran París y, además, les permitió seguir navegando hasta Borgoña. Esta decisión le costó la corona y también la vida. Le sucedió el conde Eudes como nuevo rey.
En los años siguientes, ante la continua amenaza vikinga, se pudieron establecer en Ruán y ocupar la Normandía a cambio de que rechazaran cualquier ataque de otros vikingos. Este es el origen de los normandos, un pueblo escandinavo que echó raíces en la costa francesa y con el tiempo instauró una dinastía. Uno de su herederos más famosos es Guillermo el Conquistador, que terminaría atacando Inglaterra y ocupando su trono a partir del año 1066.
Más información
GANDOY MUÑOZ, Laura. El ducado de Normandía en los siglos X y XI: de la conquista escandinava a la integración en el reino franco. TFM Universidade de Santiago de Compostela, 2015.
SERDÁ, Luis. Despertar de la Europa medieval. Revista Ausa, 1957, 21, p. 481-484.
VAN HOUTS, Elisabeth MC. The history of the Norman people: Wace’s Roman de Rou. Suffolk: Boydell Press, 2004.
VELASCO, Manuel. Breve historia de los vikingos. Madrid: ed. Nowtilus, 2012.