Por Carlotta Lucarini, Graduada en Arqueología e Historia por la Universidad de Florencia (Italia) y alumna en el Máster de Historia y Patrimonio Naval
El día 8 de septiembre de este año 2014 comenzó la asignatura optativa de «Buceo Científico» del Máster en Historia y Patrimonio Naval en Cartagena. Muy emocionados para la aventura que íbamos a empezar, nos presentamos en la puerta del Centro de Buceo de la Armada (CBA), dentro de la estación naval de la Algameca, para que nos dieran los pases, con objeto de poder entrar dentro de la base, ya que sería allí donde recibiríamos el curso.
Después de la bienvenida dada por las autoridades de la Armada, nos dirigimos al muelle para enfrentarnos a las pruebas físicas que determinarían nuestra aptitud para la práctica del buceo. Las pruebas consistían en ser capaces de aguantar un minuto en apnea, picar hasta 4 metros de profundidad, nadar en apnea 18 metros y recurrir nadando 50 metros a cierta velocidad. Una vez superadas las pruebas en la mar, llegó el momento del reto que más nos preocupaba: la cámara hiperbárica.

Cámara hiperbárica
Nos dirigimos a la entrada del edificio principal del CBA donde, en una de las aulas está colocado el complejo hiperbárico; estábamos todos muy nerviosos y teníamos miedo de no lograr superar la prueba, haciéndonos daño en el oído y no pudiendo seguir con el curso. Íbamos entrando en la cámara en pequeños grupos, a causa de las reducidas dimensiones de la misma, siempre acompañados por un instructor, y conforme la presión iba subiendo (simulando el cambio de presión que se produce al bajar en el agua) teníamos que practicar la maniobra de compensación, fundamental en la práctica del buceo, gracias a la cual la membrana timpánica, inclinada hacia el interior del oído a causa de la presión, vuelve a recuperar su posición natural y permitiendo seguir bajando.
La prueba que más miedo nos daba al final resultó ser una de la más divertidas, porque una vez alcanzada la presión correspondiente a la que nos encontraríamos en 30 metros de profundidad, nuestras voces se oían distorsionadas como si hubiéramos inhalado helio, provocándonos risas sin parar. Con mucha lastima, al salir de la cámara tuvimos que despedir a un compañero, que por practicar de manera equivocada la maniobra de compensación se hizo daño en el tímpano de un oído y no pudo seguir con el curso.

Alumnos dentro de la cámara hiperbárica
El buceo es una disciplina que se realiza en un medio que no es propiamente el del ser humano, y desde el principio los instructores (oficiales de la Armada) insistieron mucho en explicarnos las medidas de seguridad que había que aplicar. Para bucear se necesitan unas buenas condiciones físicas y mentales, siempre hay que estar con la mente atenta en una actividad que puede resultar fatal si no se cumplen determinadas normas; cosa que los instructores no se cansaban de recordarnos cada día. Cuantas veces he escuchado esa frase a lo largo del curso: ”Lo primero es la seguridad”.
Después de haber superado la prueba de la cámara hiperbárica, se procedió a la entrega de los equipos personales que teníamos que cuidar y que nos acompañarían a lo largo del curso. El equipo comprendía: neopreno, botella, reguladores, chaleco, plomos, gafas, aletas y un cuchillo.

Amanecer en la Algameca
Después de una demostración sobre los procedimientos para montar y preparar botella, reguladores y chaleco antes de una inmersión, nos tiramos al agua con nuestros neoprenos, plomos, gafas y aletas, para coger confianza con el equipo y sobre todo para enfrentarnos a la prueba denominada “el colirio”. La prueba consistía en llenarse las gafas de agua, aguantar un rato con los ojos abiertos (en el cual los instructores se divertían haciéndonos hablar) y vaciarlas soplando fuerte por la nariz. Después de haber intentado también recuperar los plomos en el fondo y salir del agua con ellos puestos, con un maravilloso principio de atardecer en la dársena de la Algameca, se terminó el primer e intenso día de curso.
El segundo empezó a primera hora de la mañana, como todos los siguientes, y una vez recogido el equipo de los secaderos donde lo habíamos dejado el día anterior y la botella que nos habían asignado, cargamos todo en el camión y nos dirigimos a la piscina, situada dentro del Arsenal Militar de Cartagena. La primera semana la pasamos entera en la piscina, para que nuestras primeras inmersiones fueran seguras, controladas por los numerosos instructores que nos acompañaban, y para que empezáramos a coger confianza con el equipo y con nuestro compañero.

Alumno listo para sumergirse
Por cierto, “primera regla del buceo: la pareja”. Siempre hay que estar cerca y constantemente pendiente de tu compañero; es la persona que estará contigo a la hora de tener que solucionar cualquier problema que pueda surgir debajo del agua, e incluso es la persona que podría salvarte la vida. Poco a poco nos enseñaron cómo controlar perfectamente cada parte de nuestro equipo y cómo controlar también nuestra flotabilidad debajo del agua. Día tras día los instructores simulaban clases de problemas que se pueden tener buceando, como quedarse sin gafas, perder una aleta (o incluso dos), perder los plomos y ser capaces de volver a ponérselos, e incluso quedarse sin aire por algún fallo. Colaborando en parejas y reforzando aún más el vínculo que íbamos consolidando entre nosotros, fuimos capaces de solucionar cualquier problema que se nos presentara delante sin sacar la cabeza del agua. Al final de la semana estábamos listos para ir a la mar; habíamos cogido confianza con los equipos y con los compañeros y éramos capaces de resolver cualquier problema que se nos presentara delante.
La segunda semana empezó con inmersiones sencillas a lo largo del muelle del CBA, primero hasta 6 metros y luego hasta 10 metros y, a mediados de la semana, cargamos por primera vez todos nuestros equipos en la embarcación (La Yankee) que nos llevaría hasta el punto de inmersión. Siempre en parejas, nos equipábamos y nos tirábamos al agua. El protocolo era el siguiente: “gafas puestas, regulador en la boca. ¿Listo? Agua!!!!”. Con un instructor cada dos parejas empezaban así nuestras inmersiones, en las cuales hemos disfrutado de fondos y paisajes marinos fantásticos.

Alumnos e instructores en la Yankee
Los días iban pasando, la profundidad de las inmersiones aumentando, así como la experiencia que íbamos cogiendo y los vínculos se hacían mas estrechos con los compañeros y con los mismos instructores. Después de las inmersiones disfrutábamos de los lugares preciosos en los que nos sumergíamos, con un buen baño y un rico almuerzo, para luego volver “a la base”, colocar todo nuestro equipo en los secaderos y acudir a las clases teóricas. A lo largo del curso nos impartieron clases de seguridad, de medicina y física aplicadas al buceo, nos dieron nociones de reanimación, recibimos las clases de Arqueología Subacuática y de fotografía, además de visitar el Museo Nacional de Arqueología Subacuática (ARQUA).
Con muchísima lastima llegamos al último día de curso en el que nos entregaron los diplomas. Fue un día lleno de emociones porque no solo dejábamos el CBA, sino también a nuestros compañeros de buceo, los instructores y a cada uno de los militares con los que tuvimos contacto.

Yankee en el punto de inmersion
Para mí este curso ha sido sencillamente maravilloso. He conocido a personas especiales, un sitio especial y, sobre todo, a partir de aquí ha empezado para mí una aventura nueva en una disciplina fantástica. Nunca olvidaré las sensaciones que probaba al estar debajo de veinte o treinta metros de agua: mirar hacia arriba y no poder ver la superficie, estar rodeada de bancos de peces, tan cerca que casi se podían tocar y aquella sensación tan rara de poder casi volar.

Compañeros de buceo listos para subir a la Yankee
Mil gracias por tus comentarios