A las personas que trabajaban en los faros, haciendo posible que funcionaran y que iluminaran a las embarcaciones para que no chocaran con la costa, se les denominaba, aparte de fareros, atalayeros y también torreros de faros. Un aire romántico rodea a esta profesión centenaria, que supone una vida solitaria y supuestamente aventurera.
En los primeros momentos, el puesto de farero solía pasar de generación en generación a pesar de las particularidades del trabajo, y durante un tiempo se exigía haber sido marinero previamente. Fue una dura tarea hasta fines del siglo XVIII, sobre todo para aquellas personas que desempeñaban su labor en los faros de madera y carbón, ya que tenían que hacer fuego al aire libre y soportar las inclemencias del tiempo. Cuando llegó el siglo XIX y se inventó la linterna (luces con espejos o lentes), los trabajos se simplificaron un poco. A pesar de que se mejoró su situación, las lentes y los espejos tenían que pulirse periódicamente y también era necesario lubricar los mecanismos de relojería. La invención y posterior uso de la radio sirvió para cortar el aislamiento que durante siglos vivieron los torreros y sus familias.
Todos los avances tecnológicos que se fueron incorporando a los faros también exigían una mayor cualificación de los fareros, lo que endurecía los exámenes que debían superar.
El Cuerpo de Torreros
En 1851 se creó el cuerpo de Torreros de Faros y se redactó el Reglamento para la organización y servicio de los torreros de faros y la Instrucción para la mejor inteligencia y cumplimiento del mismo. Sus miembros eran personal estatal, es decir, funcionarios dependientes del cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. En Cuba se publicó un Reglamento en 1856.
También se estaban formando las escuelas prácticas. La primera se fundó en el año 1850 en la Torre de Hércules, en La Coruña, y estuvo dirigida inicialmente por Agustín Antelo, que había sido piloto de la Marina Mercante. Él fue quien redactó un manual, conocido como la Cartilla de Antelo, con todos los conocimientos necesarios para el servicio en el faro.
Las clases de preparación duraban un año, y dentro de ellas se incluían prácticas y guardias en la torre gallega en grupos. En 1853 esta escuela se trasladó a otro faro muy famoso, el de Machichaco, en Vizcaya, hasta que se estableció en Madrid, pero se acabó cerrando en 1866. Esta formación se sustituyó por un examen de ingreso y un periodo de prácticas previo a la toma de posesión del cargo.
La jornada laboral del torrero se iniciaba en la tarde, continuaba durante toda la noche y finalizaba por la mañana.
Un manual posterior
En 1898 se publicó otro manual, hecho también por un farero para facilitar el acceso al cuerpo, ya que no había ningún texto para estudiar. Contiene, según su autor, los conocimientos indispensables, y estaba basado en el método de respuestas y preguntas (antigua forma de hacer llegar contenidos).
Distintos tipos de faros y número de torreros
Como cuenta Carreres, los faros se dividieron en seis órdenes, dependiendo de su importancia, a los que se asignaban diverso número de operarios. En los de primer y segundo orden, estaban destinados tres torreros; en los de tercer y cuarto, dos, pero si era de luz fija, sólo uno; mientras que en los faros de quinto y sexto orden también había un sólo torrero.
Nueva legislación
En el Plan General de 1902 se incorporaron nuevas tecnologías y pronto empezaron a electrificarse los primeros faros. Por tanto, el trabajo del torrero tuvo que ir adaptándose a todas estas nuevas transformaciones tecnológicas, y también se renovaron los reglamentos, para adecuarse a estos cambios.
Tras la Guerra Civil, en 1941, se denominó Cuerpo de Técnicos-mecánicos de Señales Marítimas, y estuvo vigente hasta su desaparición en 1992. La Ley de Puertos del Estado y de la Marina Mercante de ese mismo año, traspasó las competencias de gestión, conservación y explotación de la señalización marítima desde el Ministerio de Fomento a las diversas autoridades portuarias del Estado. Esto supuso la desaparición del Cuerpo, que había estado vigente durante 141 años.
Los antiguos fareros, si querían seguir en esta profesión, debieron incorporarse como personal laboral de la autoridad portuaria, manteniendo su puesto de técnicos en señales marítimas, ya fuera controlándolas a distancia, desde las dependencias de la autoridad portuaria, o residiendo en el propio faro.
Para concluir
Es una profesión importante y necesaria, que ha formado parte de nuestra historia marítima desde hace milenios. Primero debían haber sido marineros para poder ocuparse de un faro, eran otros tiempos y otras luces. Posteriormente, ya en la Edad Contemporánea, se creó el cuerpo de Torreros y empezaron a aparecer reglamentos y normativas. La tecnología se iba uniendo para mejorar la vida de estos funcionarios, hasta que llegó un momento en que los fue desplazando. Actualmente su nombre oficial es “técnicos de sistemas de ayuda a la navegación“. Forman parte de la Historia y del Patrimonio Marítimo de la Humanidad.
Más información
ANTELO, A. Cartilla de instrucción para el Servicio de los Faros Catadióptricos y Catóptricos. Coruña: Imp. de Manuel Portela, 1851. 28 p.
CARRERES RODRÍGUEZ, Manuel. Los torreros de faros. Trabajo, vida y futuro de un oficio dedicado al mar. 2014. En: AGUILAR CIVERA, I. (coord.). Luces y faros del Mediterráneo : paisaje, técnica, arte y sociedad: de Torrevieja a Vinaròs. Valencia: Conselleria d’Infraestructures, Territori i Medi Ambient, 2014, p. 142-171.
CERNUDA, Luis. Soliloquio del farero. Disponible en el blog Seres pensantes.
GALCERÁN, Roque. Creación del Cuerpo de Torreros de Faros. Blog Todos los faros, 2019.
LIMA REINA, José Mª. Torreros o fareros. La misma profesión con distinta denominación. Blog Los faros del mundo, 2014.
MORÉ AGUIRRE, David. De torreros de faros a técnicos de señales marítimas: Metodología para la historia de una profesión (1847-2008). Drassana: Revista del Museu Marítim, 2008, 16, p. 70-84.
SÁNCHEZ BEITIA, Santiago y ACALE SÁNCHEZ, Fernando. La vivienda de los fareros, entre la casa y la máquina. En CALATRAVA, Juan (coord.). La casa: espacios domésticos, modos de habitar. Madrid: Abada Editores, 2019, p. 1720-1731.