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Un pueblo prehispánico, los muiscas, que habitó en el territorio de la actual Colombia entre los años 600 y 1600, nos ha dejado una importante herencia patrimonial que revela sus conocimientos acerca de la navegación lacustre, así como su interés por los cauces de agua y el medio natural que los rodea.

Vivieron en asentamientos dispersos situados en los valles de las altas llanuras andinas. Eran agricultores y pescadores, pero también grandes artesanos, entre los que destacan los orfebres y las tejedoras. Sus productos eran objeto de intercambio con otros pueblos cercanos.

Una muestra de la orfebrería muisca: cuentas en forma de pez para un collar

Adoraban al sol y tenían una reverencia especial por los objetos y lugares sagrados como rocas, cuevas, ríos y lagunas. En estos sitios, considerados portales a otros mundos, dejaban ofrendas votivas (tunjos). Para llegar al centro de los lagos, especialmente cuando eran lo suficientemente grandes, construían pequeñas embarcaciones rituales, algunas de las cuales llegaron a hacer en miniatura para convertirlas en ofrendas. Este importante legado artístico, ligado con su magnífico trabajo de orfebrería, ha permitido que sobrevivieran dos extraordinarias embarcaciones en miniatura fabricadas con una aleación de oro.

Ceremonias de «investidura»

Entre los muiscas se llevaban a cabo multitud de ceremonias en lagunas y otros cauces de agua. De ellas la más conocida, porque contamos con relatos de los primeros cronistas españoles que llegaron allí, es la de la laguna de Guatavita. Esta tenía lugar para confirmar el nombramiento de un nuevo cacique, que primero era cubierto de polvo de oro y luego se subía a una embarcación, junto a otros notables, y eran llevados al centro de la laguna. Allí saltaba a las aguas, en un acto de limpieza y renovación ritual. Durante la ceremonia, sus súbditos también lanzaban al lago objetos de oro y esmeraldas.

Laguna de Guatavita (Colombia)

Esta historia supuso para los españoles recién llegados una confirmación de algo que habían oído, la existencia de una ciudad de oro, el Dorado. Así, con el paso del tiempo, se ha asimilado la ceremonia muisca con esta leyenda. Sin embargo, para este pueblo prehispánico, el oro no se usaba como moneda, sino como un medio artístico con el que crear exquisitas joyas, así como pectorales, tocados, aretes y narigueras. 

La balsa de Guatavita

En el siglo XX se encontró una pequeña joya de orfebrería muisca, con forma de balsa, en la que iban varios tripulantes. Se trata de una ofrenda votiva, posiblemente vinculada con la investidura de un nuevo cacique. Presenta una escena tridimensional bastante compleja, que está llena de detalles. Mide tan solo 19,5 cm de largo por 10,1 de ancho y 10,2 de alto. Pesa menos de 260 gramos.

Sobre el centro de la balsa se encuentra un personaje de gran importancia y tamaño destacado: el cacique, que lleva muchos adornos, como diadema y nariguera, y está rodeado por otros diez de menor tamaño. Algunos portan poporos (instrumento ritual), los del frente llevan dos máscaras de jaguar y en sus manos tienen unas maracas de chamán. Es posible que los más pequeños, que están al borde de la balsa, sean los remeros.

El ritual en la laguna de Guatavita sobre la ceremonia de investidura del sucesor del cacicazgo, conocida como ceremonia de El Dorado, aparece contado en las crónicas españolas. La descripción más conocida es la de Juan Rodríguez Freyle, que añadimos detrás de la bibliografía, a modo de anexo.

Cómo se hizo

La balsa se fundió en una sola pieza utilizando la técnica de la cera perdida en un molde de arcilla. Primero se hizo el molde en cera, luego se llenó de metal y, una vez solidificado, fue vaciado en una sola operación, sin partes o soldaduras. El metal es una aleación de oro, plata nativa y cobre. Es difícil determinar la época de su fabricación, que puede estar entre los siglos XIII y XVI.

Dónde se encontró

Se encontró, junto con otros objetos, en la cueva de una montaña en Pasca, al sur del territorio muisca. Estaba dentro de un recipiente de cerámica con forma de un hombre sentado, con los codos apoyados en las rodillas y la mano en la barbilla.

Recipiente de cerámica que contenía la balsa de Guatavita, junto a otras ofrendas

Como parte de la misma ofrenda se hallaron, además de la balsa, varias piezas: un recipiente y un poporo, un fragmento del cráneo de un felino y otro objeto de orfebrería. Este tenía una figura semejante al cacique de la balsa, junto a dos personajes de menor tamaño, que llevan los gorros con aletas rectangulares que entre los muiscas se usaban como marcadores de prestigio.

Este objeto formaba parte de la ofrenda en la que iba la balsa de Guatavita

Actualmente se conserva en el Museo del Oro del Banco de la República, en Bogotá (Colombia).

La balsa de Siecha

Previa a ella se había hallado, en el siglo XIX, otra balsa similar en la laguna de Siecha, también en Colombia. Esta era circular, medía 17 cm de diámetro y 7 de altura, y tenía un peso de 270 gramos. El cacique iba acompañado de 9 personajes y los adornos eran diferentes.

Desgraciadamente esta balsa circular se quemó en un incendio, con lo que actualmente sólo contamos con la de Guatavita.

Para acabar

Esta pequeña balsa de oro con once tripulantes, una joya de la cultura muisca, se ha convertido hoy en un símbolo de Colombia. Forma parte, además, del Patrimonio Marítimo de toda la humanidad.

Más información

Balsa muisca. Banrepcultural. 2023.

ESPINOZA, M. y GÓMEZ, L.E. Guatavita, un encantamiento de agua, oro, tierra y vientos. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 2000.

FREEMAN, Agustín. La balsa de oro. Buenos Aires: Ed. Molino, 1946.

GIRALDO DE PUECH, Mª de la Luz & CALVI, Gian. Así éramos los Muiscas. Bogotá: Banco de la República, Fundación de Investigaciones Arqueológicas, 1986. [Cuento infantil].

LANGEBAEK, Carl Henrik. Los muiscas. Bogotá: Ed. Debate, 2019.

LLERAS PÉREZ, Roberto. La trágica historia de la otra balsa muisca: objetos en el pasado, símbolos en el presente. Boletín de Historia y Antigüedades, 2009, 96, 845, p. 353-368.

MONTOYA MARÍN, Jhon Adrián, et al. El camino del Guatavita: El dibujo contemporáneo como herramienta para rescatar y enaltecer el patrimonio cultural del pueblo muisca. Trabajo Fin de Grado presentado en la Universidad de Granada, 2021.

QUINTERO GUZMÁN, Juan Pablo. El ritual en la laguna de Guatavita, Cundinamarca, Colombia. Aproximación arqueológica a una sitio de ofrenda muiscaLos centros políticos ceremoniales o las ciudades. Conceptualizando las dinámicas del poder, la jerarquía y el manejo del espacio en la América Prehispánica. Congreso Internacional de Americanistas, 2012. Lima: Amaruquipus editores, 2012, p. 109-130.

SCHRIMP, R., et al. Balsa muisca  (años 700 – 1600 d. C.) del Museo del Oro. Bogotá: Banco de la República, 1990.

SERNA, Mercedes. Los mitos de los tayronas, los chibchas o muiscas y sus analogías con los europeos o asiáticos. Mito, palabra e historia en la tradición literaria latinoamericana, 2013, p. 57-69.

Anexo: Descripción adaptada de la crónica que narra el ceremonial de la laguna de Guatavita.

“Era costumbre entre estos naturales, que el que había de ser sucesor y heredero del señorío o cacicazgo de su tío, a quien heredaba, había de ayunar…, metido en una cueva…, y que en todo este tiempo no había de tener parte con mujeres, ni comer carne, sal, ni ají, y otras cosas que les vedaban…

Y cumplido este ayuno tomaban posesión del cacicazgo o señorío, y la primera jornada que habían de hacer era ir a la gran laguna de Guatavita. La ceremonia se hacía una gran balsa de juncos, adornada; con cuatro braseros encendidos para quemar mucho moque y trementina con otros muchos y diversos perfumes. Estaba a este tiempo toda la laguna en redondo, con ser muy grande y hondable, de tal manera que puede navegar en ella un navío de alto bordo; la cual es toda coronada de infinidad de indios e indias, con mucha plumería, chagualas y coronas de oro, con infinitos fuegos a la redonda, y luego que en la balsa comenzaba el sahumerio, lo encendían en tierra, de tal manera, que el humo impedía la luz del día.

A este tiempo desnudaban al heredero y lo untaban con una tierra pegajosa y le espolvoreaban con oro en polvo y molido, de tal manera que iba cubierto todo de este metal. Metíanle en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con él en la balsa cuatro caciques, los más principales, sus sujetos muy aderezados de plumería, coronas de oro, brazales y chagualas y orejeras de oro, también desnudos y cada cual llevaba su ofrecimiento. En partiendo la balsa de tierra comenzaban los instrumentos, cornetas, fotutos y otros instrumentos, y con esto una gran vocería que atronaba montes y valles, y duraba hasta que la balsa llegaba al medio de la laguna, de donde, con una bandera, se hacía señal para el silencio.

Hacía el indio dorado su ofrecimiento, echando todo el oro que llevaba a los pies en el medio de la laguna, y los demás caciques que iban con él y le acompañaban, hacían lo propio; lo cual acabado, abatían la bandera, que en todo el tiempo que gastaban en el ofrecimiento la tenían levantada, y partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y fotutos con muy largos corros de bailes y danzas a su modo; con esta ceremonia recibían al nuevo electo por señor y príncipe” (Adaptado de Rodríguez Freyle, El Carnero, escrito en el año 1636. La edición utilizada es la que lleva notas explicativas del Dr. Miguel Aguilera. Medellín: Bedout, 1973, p. 65-66). [Existe una edición digitalizada publicada en Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979. La crónica de esta leyenda aparece en p. 18 y 19].

Durante la prehistoria, en el noroeste de la península Ibérica, se establecieron varios pueblos de procedencia indoeuropea, entre ellos los celtas, que, con el tiempo crearon una cultura propia hoy conocida como castreña. Mantuvieron muchos rasgos de los orígenes, pero también fueron creando su propia identidad, lo que permitió que presentaran unas características únicas. Actualmente algunos investigadores las están estudiando detenidamente.

Castro de Santa Tecla (Pontevedra). Fuente

Localización de los castros

Parece que los pueblos indoeuropeos establecidos en zonas costeras del norte de la Península presentan rasgos diferenciados con respecto a los que se adentraron en su interior. Como muchos grupos de la Edad del Hierro, basaban su sustento en labores agroganaderas, que en algunos casos completaban alimentándose de animales marinos, como moluscos y peces que hallaban en las zonas litorales.

Castros en el litoral cantábrico

Los actuales trabajos están sacando a la luz que una parte de los poblados estaban cercanos a la costa, algunos tanto que el mar ha terminado apropiándose de ellos. Unos yacen bajo las aguas e incluso hay varios que han sido destruidos. Otros, erigidos en promontorios, siguen orgullosos en pie mostrando una parte de sus cimientos y muros. Ambos nos parecen muy interesantes, porque los castros litorales desarrollaron un importante comercio con otros pueblos peninsulares como los de Tartesos, y de distintos lugares del Mediterráneo, entre ellos los pueblos fenicio-púnicos.

Expansión de los pueblos celtas. Fuente

Recientes investigaciones señalan que entre los pobladores celtas hubo asentamientos litorales de dos tipos: unos en la costa cantábrica, mirando al mar, y otros que, aunque estaban comunicados con ella, se establecieron en los márgenes de ríos y rías cercanos. Esta distinción generó diferencias entre los pobladores, especialmente en la alimentación y la forma de vida. Vamos a conocerla.

Castro de Baroña (La Coruña). Fuente

a) Poblados castreños situados en las orillas del mar

Los castros costeros, de los que ya han sido identificados más de 60 en la costa cantábrica, estaban situados a mar abierto, en peñascos, montañas y altos que les permitían dominar el horizonte. Establecieron fondeaderos para la navegación de cabotaje en las costas próximas, aunque hubo algunos puertos de mayor entidad. Estos poblados eran importantes centros de apoyo en las rutas marítimas.

Castro de Fazouro (Lugo). Fuente

Así, la alimentación cotidiana estaba fuertemente vinculada con los recursos aportados por las actividades de marisqueo y pesca en la costa más inmediata.

Vista aérea del castro de Baroña (La Coruña). Fuente

b) Castros cercanos a sistemas fluviales y a rías

Otros castros se establecieron en las orillas de ríos y rías, lo que les permitía tanto llegar al mar como adentrarse en el interior de la Península, conectando paisajes naturales marinos con otros fluviales y de montaña. Sus habitantes también se beneficiaron de los recursos marinos, que incluían en su dieta habitual, aunque no fueran una parte tan importante de su alimentación.

Restos del castro del monte do Facho (Pontevedra). Fuente

Para acabar

Aunque todavía quedan años para que las investigaciones ofrezcan una base de conocimiento más sólida, actualmente sabemos que, entre los castros establecidos en la zona norte de la Península en época antigua, se podían distinguir los que se levantaron cerca de ríos y mares, en los que la navegación y los recursos marítimos eran importantes, de los otros, situados en el interior, con una forma de vida basada en la agricultura. Los estudios también apuntan que podrían existir algunas diferencias, aunque de menor calado, entre los castros litorales marítimos y los situados en ríos y rías.

Más información

ARMADA PITA, Xosé Lois, et al. El yacimiento de Santa Comba (Covas, Ferrol): investigaciones arqueológicas en un enclave de la ruta marítima atlántica. Gallaecia: Revista de Arqueoloxía e Antigüidade, 2015, 34.

CAMINO MAYOR, Jorge. Los castros marítimos en Asturias. Real Instituto de Estudios Asturianos, 1995.

CAMINO MAYOR, Jorge y VILLA VALDÉS, Ángel. La bahía de Gijón y las rutas marítimas prerromanas en la costa cantábrica de la Península Ibérica. En Gijón, puerto romano: navegación y comercio en el Cantábrico durante la antigüedad:[exposición]. Gijón: Autoridad Portuaria, 2003, p. 45-59.

Castros y otros espacios arqueológicos. Turismo Asturias, s.f.

DA SILVA, María de Fátima Matos. La evolución cronológica de la cultura castreña y los modelos interpretativos socioculturales: Tentativa de síntesis. Arqueología y Territorio, 2008, 5, p. 49-77.

FERRER ALBELDA, Eduardo, et al. Espacios sagrados y comercio fenicio en los límites de la ecúmeneEstudios sobre Orientalística y Egiptología. Nuevas aportaciones de la investigación española, 2021.

FREÁN CAMPO, Aitor. El nacimiento del urbanismo castreño y la configuración de un nuevo pensamiento simbólico. Estudios humanísticos. Historia, 2017, 16, p. 13-31.

LÓPEZ VEIGA, Enrique. Historia marítima de Galicia. A Coruña: Ed. Hércules, 2024.

RODRÍGUEZ, C. y FERNÁNDEZ, C. Una aproximación al estudio de los yacimientos castreños del litoral galaico: dimensiones ambientales y económicas. Biogeografía Pleistocena-Holocena de la Península Ibérica. Santiago de Compostela, 1996, p. 363-375.

RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Carlos y PÉREZ ORTIZ, Lucía. Caza y domesticación en el Noroeste de la Península Ibérica durante la Prehistoria. Datos arqueozoológicos. En A Concepção das paisagens e dos espaços na Arqueologia da Península Ibérica, Actas IV Congresso de Arqueologia Peninsular (2004), Promontoria Monográfica, 8. Universidade do Algarve Faro, 2007, p. 165-176.

SANTOS YANGUAS, Narciso. Los recintos fortificados como marco de desarrollo de la cultura castreña en el norte de la Península Ibérica. Espacio Tiempo y Forma. Serie II, Historia Antigua, 2006, 19. (Catálogo de yacimientos castreños astures).

Cuando los europeos llegaron a América se generaron mucho mitos, y algunos hacían referencia a lugares geográficos recién descubiertos. Con el paso de los decenios muchos quedaron olvidados, pero otros pervivieron, tanto en la mente de los pobladores como en la cartografía. Uno de ellos, reflejado en las cartas náuticas, es la idea de que California era una isla, que se remonta a los primeros tiempos, cuando los navegantes del viejo continente llegaron a la costa oeste de América del Norte. Otro era que en la parte septentrional de esta «isla» había un paso que comunicaba dos océanos: el Pacífico y el Atlántico. Estas ideas erróneas persistieron durante muchos años y sólo fueron desmentidas décadas más tarde.

Localización de California en el mapa actual. Fuente Google Maps

Su descubrimiento

Situada en el inmenso océano Pacífico, cuando los españoles llegaron allí en 1533 supusieron que era una isla enorme. No es nada raro, ya que tiene alrededor de medio millón de km2, un inmenso territorio difícil de valorar inicialmente. Pensaron, recordando Las Sergas de Esplandián, que estaban en los dominios de la reina Calafia, en el que vivían mujeres de extraordinaria fuerza, gran belleza, coraje y espíritu apasionado. También lo llamaron «isla de mujeres» o «ziguatan», término del que luego saldría el nombre de una localidad costera de la zona, Ziguatanejo. En esa época la distinción entre realidad y ficción, especialmente en un mundo recién descubierto, lleno de novedades, impresionantes paisajes y seres fabulosos, era mínima.

Parte del texto donde se nombra a la reina Calafia en la obra de Rodríguez de Montalvo, de la edición de 1588, p. 276

Aunque el mito de las amazonas tiene raíces griegas, es posible que las lecturas clásicas del autor de las Sergas, Rodríguez de Montalvo, se mezclaran con las primeras noticias de los viajes de Colón, dando origen a su novela.

Detalle del mapa de Meurs en el que se dibuja California como una isla. Fuente

Una vez que se pudo probar que era una península, durante varios decenios se siguió incluyendo en la cartografía como una isla, lo que prueba que los nuevos descubrimientos geográficos no siempre eran conocidos, ni se difundían rápidamente.

California, cartografiada como una isla, en el mapa de Visscher (1658). Fuente

Vínculo con el estrecho de Anian

Igualmente, existía la creencia de que en el norte de la supuesta isla de California había un paso, el estrecho de Anian, que daba entrada al Atlántico. Muchos navegantes, desde el siglo XVI, bordearon la costa pacífica californiana en busca de esta comunicación entre los dos mayores océanos del mundo.

Representación cartográfica de esa antigua creencia de que California era una isla y que el estrecho (Eretum) de Anian estaba situado en su parte septentrional. Fuente

La realidad, tal y como la entendemos hoy, es que hay un paso, pero mucho más arriba, a 48º al norte, de lo que algunos afirmaban. Tampoco comunica el Pacífico con el Atlántico, sino con el Océano Ártico, y se denomina estrecho de Bering.

Localización del estrecho de Bering. Fuente: Google Maps

Para acabar

La persistencia de estos mitos en la cultura popular, así como su representación en mapas y cartas náuticas, evidencia cómo las ideas erróneas perduran en el tiempo.

En el caso de California, es más que probable que la introducción del personaje de Calafia fuera un elemento circunstancial. La literatura caballeresca, llena de acción y personajes ficticios, acabó impregnando la mente de muchos de los navegantes que la habían leído u oído acerca de sus protagonistas. Eran descripciones de lugares exóticos que podían asemejarse a los nuevos espacios hallados. Estos nombres, primeros ficticios, posteriormente fueron asignados a lugares geográficos reales, quedando para siempre fijados a sitios concretos. Así, los conquistadores inspirados en este texto caballeresco, denominaron a dos impresionantes lugares del Nuevo Mundo: el río Amazonas y California.

Portada del libro de Brown (1954) sobre los nombres del territorio californiano. Fuente

Más información

BLASCO IBÁÑEZ, Vicente. La reina Calafia. Prometeo, 1923. [Novela]

CUTTER, Donald C. Sources of the Name «California». Arizona and the West. Journal of the Southwest, 1961, 3, 3, p. 233-244.

GIRÁLDEZ, Susan C. Las sergas de Esplandián, Granada, Constantinopla y América: la novela caballeresca como portavoz de la modernidad. Semiótica y modernidad. Actas del V Congreso internacional de la Asociación Española de Semiótica. La Coruña, 1994, p. 183-196.

LUIS JIMÉNEZ, Isidro, et al. Las amazonas, California, Rodríguez de Montalvo y las crónicas americanasPhilobiblion: Revista de Literaturas Hispánicas, 2015, 1.

MILLÁN GONZÁLEZ, Silvia Caterina. Geografías del mito de las Amazonas en las Sergas de Esplandián: tras los pasos de CalafiaHistorias Fingidas, 2017, 5, p. 73-107.

POLK, Dora B. The Island of California. A History of a Myth. Spokane: The Arthur H. Clark Company, 1991.

PISU, Alessio. La isla de California y la reina Calafia: dos espejismos amadisianos en el Nuevo Mundo. Anales de Literatura Hispanoamericana, 2022, 51, p. 135-147.

RODRÍGUEZ DE MONTALVO, Garci. Las sergas de Esplandián. El ramo que de los quatro libros de Amadis de Gaula sale llamado las Sergas del muy esforçado cauallero Esplandian, hijo del excelente rey Amadis de Gaula. Alcalá de Henares: Vda. y herederos de Juan Gracián, 1588. [La 1ª edición es de 1510, publicado en Sevilla por Jacobo de Cromberger, aunque hay autores que lo sitúan unos años antes].

SCRUGGS, Charles. Queen Calafia’s Paradise: California and the Italian American Novel. Western American Literature, 2010, 45, 2, p. 217-218.

VENEGAS, Miguel. Noticia de la California y de su conquista temporal, y espiritual hasta el tiempo presente (etc.). Madrid: Imp. Vda. Manuel Fernández, 1757.

WAGNER, Claudio. Los mitos en tiempos de la conquista españolaEstudios Filológicos, 2022, 70, p. 213-226.

Hay un tipo de pez que se representa en muchas ocasiones, se esculpe, se dibuja o se graba, y su presencia lleva asociada un profundo significado místico. Pertenece a una de las culturas más antiguas de América del Sur. Vamos a conocerlo.

El pez gato

Llamado pez gato, bagre o life, tiene una cabeza semicircular rematada en varios apéndices y un cuerpo sinuoso, algunas veces manchado, que termina en una cola trapezoidal. Se desarrolló en el continente americano, tanto en costas como en ríos y lagos. Incluso ha habido veces que se ha confundido con una serpiente, precisamente por su morfología (la forma de la cabeza y sus apéndices, las manchas en el cuerpo y su desplazamiento ondulante, lo asemejan a la “boa de costa”).

Dibujo de un pez life. Fuente

El movimiento ondulatorio del life a la hora de desplazarse, generando una figura en “S”, es un símbolo relacionado con el agua, muy frecuente en la iconografía usada por el pueblo moche.

El animal vive en aguas estancadas y pequeñas oquedades, y tiene afinidad por la oscuridad y el mundo nocturno. Se desplaza en dirección al nacimiento de las aguas que, en la costa norte del Perú, se encuentran hacia el este (Cordillera de los Andes). El life abunda en el solsticio de verano, coincidiendo con la época de las lluvias y de las avenidas del agua pluvial, aunque se le puede observar en otros momentos del año. Evita la luz solar, para lo cual se oculta en las oquedades de las acequias y de las aguas estancadas durante el día. Por el contrario, durante la noche tiene gran movilidad, se desplaza en forma vigorosa a contra corriente y también es el momento en el que se alimenta.

Fotografía de pez life en la que se pueden apreciar los bigotes característicos

Su representación en la cultura material mochica

Es un elemento frecuente en la iconografía mochica (siglos II – IX d.C.) en la costa norte del Perú. Por ejemplo, en los muros de las huacas (lugares sagrados indígenas) del Complejo Arqueológico El Brujo (valle de Chicama) aparece con mucha frecuencia. Unas veces se puede apreciar como tal y en otras ocasiones aparece estilizado. También se puede ver en la Huaca de la Luna, así como en estructuras funerarias, entre ellas en la tumba del Cerro La Mina.

Representación esquemática de peces life de la Huaca del Brujo. Fuente

El life está representado también en numerosos recipientes de cerámica mochica, en ornamentos metálicos como narigueras, textiles, así como en objetos de madera y concha de uso ceremonial, que proceden de contextos funerarios de la elite. Para ellos este tipo de pez tenía unos valores simbólicos elevados.

Para acabar

La manera de desplazarse del pez life se asimila con el movimiento de ir y venir de las aguas, símbolo de fertilidad y renacimiento. Además, como durante el día apenas se mueve y hace su vida por la noche, lo vinculan con el mundo de ultratumba. Ambas son poderosas representaciones básicas en las creencias moches. Así, vida, muerte y renacimiento se asocian con esta figura de naturaleza marina.

Dibujo del brazo de la dama de Cao, en el que se pueden ver peces life esquemáticos. Fuente

Más información

FRANCO JORDÁN, Régulo. Aproximaciones al significado de las representaciones murales mochica de la fachada principal y el patio superior de la huaca Cao Viejo, complejo El Brujo, costa norte del PerúQuingnam, 2016, 2, p. 7-52.

FRANCO JORDÁN, Régulo; GÁLVEZ MORA, César y VÁSQUEZ SÁNCHEZ, Segundo. Graffiti mochicas en la huaca Cao Viejo, complejo El BrujoBulletin de l’Institut français d’études andines, 2001, 30, 2, p. 359-395.

GÁLVEZ MORA, César A. y RUNCIO, María Andrea. El Life (Trichomycterus sp.) y su importancia en la iconografía mochicaArchaeobios, 2009, 3, p. 55-87.

RAMOS MUÑOZ, Sarai. Las huacas moches y sus relieves pintados. Tejiendo imágenes. Homenaje a Victòria Solanilla Demestre. Lincoln (Nebraska): Zea Books, 2023.

VEGA, Ronny y BALTODANO, Víctor. Procesos gnoseológicos que conforman los conocimientos de las diversas expresiones de los pueblos ancestrales Moche y Chimú. Revista Ciencia y Tecnología, 2017, 13, 1, p. 57-69.

WIERSEMA, Juliet. Moche Architectural Vessels: Small Structures, Big Implications. Andean Past, 2012, 10, 1, p. 7.


Hay pocos atlas que dividan el mundo según los mares que lo inundan, ya que la mayoría lo llevan a cabo teniendo en cuenta elementos terrestres, ya sean continentes, países o partes de ellos. El de J. Janssonium (o Janssonius), del siglo XVII, recoge en cada una de las hojas la amplitud de los mares y océanos, constituyéndose en una excepción muy relevante para el Patrimonio Marítimo. Su propio subtítulo nos dice que «contiene una descripción sumamente precisa del mundo marítimo, o de todos los mares del mundo entero, frecuentados por la navegación en la actualidad».

Portada del atlas de Janssonius

El autor

Johannes Janssonius (1588-1664) fue un librero holandés que provenía de una familia de impresores y editores. Pronto aprendió el oficio de impresor y, tras casarse con la hija de Jodocus Hondius, se convirtió en miembro de una de las familias de editores más importantes de los Países Bajos del siglo XVII. Hizo crecer su editorial en los campos de la geografía y la cartografía, y publicó nuevos atlas del mundo, del mar y de las ciudades, siempre compitiendo con el impresor Blaeu. 

Con su cuñado, Henry Hondius, publicó el segundo volumen del Atlas Mercator en 1633. Tras la muerte de este, Jansson se hizo cargo del negocio y siguió con la edición de muchos otros volúmenes de mapas y atlas, incluida una reedición de Civitates Orbis Terrarum de Braun y Hogenberg, en 1657. Sus obras más conocidas fueron el Atlas Novus (1638) y el monumental Atlas Major (1647). Publicó, además, una gran cantidad de material cartográfico, tanto en volúmenes encuadernados como en hojas sueltas.

El mar del Sur o Pacífico

El Atlas marítimo

Su título completo es Atlantis Majoris, Orbem Maritimum, seu Omnium Marium Orbis Terrarum Navigationibus hodierno temporum frequentatorum descriptionem accuratissimam continens y fue publicado en 1650 en Ámsterdam. La traducción, adaptada, es Atlas Mayor, que contiene una descripción sumamente precisa del mundo marítimo, o de todos los mares del mundo entero, frecuentados por la navegación en la actualidad.

Cartela decorada del mar del Sur

Se inicia con una ilustración de los vientos. Los mapas siguientes contienen las líneas de rumbo centradas en tres rosas de los vientos, como se hacía en los portulanos de siglos anteriores.

Detalle de los vientos

Ofrece 23 cartas marinas a doble página, magníficamente adornadas, con figuras y naves. Los nombres de los mares no siempre se corresponden con los actuales, ya que muchas veces recoge la denominación antigua, como es el caso del mar de India (Índico) o el mar del Zur (Pacífico).

Océano Índico o mar de India

Contiene, además, orlas y cartelas que incorporan angelotes, animales y personajes que representan las costumbres de los lugares cartografiados. Las escalas también están decoradas. Se pueden apreciar especies terrestres, tales como una tortuga, un murciélago, una serpiente o un lagarto, pero también marinos, tanto los que son reales (ballenas) como los imaginarios.  

Detalle que ilustra una carta, en el que se puede ver una familia aborigen y, al fondo, una embarcación

Para acabar

Este magnífico atlas, conocido como «Waterwereld’ en alemán y «waterworld» en inglés, que se ocupa de cartografiar los mares, está digitalizado y disponible en la web de la Biblioteca Nacional de España (es la segunda edición, de 1657).

Detalle de una carta en la que aparece una parte del Atlántico, islas Azores y Canarias, la península Ibérica y norte de África

Se considera el antecedente de otros atlas holandeses producidos a partir de la década de 1660 por cartógrafos como Colom, Doncker y Goos (algunas de sus cartas se puede ver en la web del Instituto Geográfico Nacional). 

 Más información

ALTIĆ, Mirela. Johannes Janssonius’s Map of Dalmatia and the Ottoman–Venetian Borderland (1650). Imago Mundi, 2018, 70, 1, p. 65-78.

CARHART, George S. How long did it take to engrave an early modern map? A consideration of craft practices. Imago Mundi, 2004, 56, 2, p. 194-197.

CORREDERA, Edward Jones, et al. Hugo Grotius’s De iure belli ac pacis: A Report on the Worldwide Census of the Fourth Edition (1632, Janssonius). Grotiana, 2022, 43, 2, p. 395-411.

KEUNING, Johannes. The Novus Atlas of Johannes Janssonius. Imago Mundi, 1951, 8, p. 71-98.

PUMMER, Heinz. Johannes Janssonius: Buchdrucker und Buchhändler der Königin. Nordisk Tidskrift för Bok-und Biblioteksväsen, 1982, 69, p. 33-48.

SÁENZ-LÓPEZ, Sandra y PIMENTEL, Juan. Cartografías de lo desconocido: Mapas en la BNE. Mapping (1131-9100), 2018, 27, 187.

En el Polo Sur, en una zona inhóspita del planeta, está el mar de Ross. Se sitúa en la costa sur de la Antártida. A pesar de la crudeza del clima, es uno de los que tiene menos hielo y de los más accesibles. Por ello, esta región se terminó convirtiendo en la vía tradicional para realizar expediciones al interior continental.

Este mar, junto a la plataforma de hielo del mismo nombre, forma una profunda hendidura en el contorno circular continental de la Antártida y ocupa una extensión de más de un millón de metros cuadrados.

Historia humana del mar de Ross

Recibe este nombre por el explorador que primero llegó (1841) y dio noticias de ello, James Clark Ross (1800-1862). La expedición contaba con dos barcos, el HMS Erebus y el HMS Terror, que igualmente sirvieron para denominar a un accidente geográfico: el golfo de Erebus y Terror.

Pintura de J.E. Davis (S. XIX) que reproduce dos de los buques enviados: Erebus y Terror. Fuente

Previamente sólo los balleneros y cazadores de focas se habían arriesgado en estos mares, y describían las tierras heladas como si fueran partes de un collar de perlas en el círculo polar antártico. Esta imagen contribuyó a mantener la idea de que en el sur había una terra incognita, que a fines del siglo XIX muchos investigadores querían conocer y estudiar. Así, la exploración de la región antártica se convirtió en el problema más importante por resolver.

Aunque no fueron los únicos, a principios del siglo XX llegaron allí Falcon Scott, oficial de la marina británica, y Ernest Shackleton, una de las principales figuras de la exploración inicial de la Antártida.

Shackleton y el mar de Ross

Shackleton organizó una expedición al Polo Sur entre los años 1914 y 1917. Comenzó comprando una goleta de madera, Polaris, de tres palos, 48 m de eslora y unas 300 toneladas. Como se había construido en pino, roble y ocote, y llevaba planchas de unos 80 cm, pensó que resistiría el hielo y la rebautizó como Endurance. Como quería iniciar su camino por tierra en el mar de Weddell (en el norte de la Antártida), consideró que sería bueno contar con un barco auxiliar. Para ello compró el Aurora, un buque que se había utilizado previamente para cazar focas, construido en 1876. Además, formó el grupo del mar de Ross, para que fuera dejando provisiones en lugares estratégicos en el interior, que posteriormente serían recogidos por el grupo principal una vez llegados a esos puntos. Estuvieron un año fijando depósitos de suministros para la expedición de Shackleton, aunque fue en vano, ya que el Endurance se había quedado varado en el mar de Weddell.

Fotografía del Aurora. Cortesía de J.M. Grijalvo. Fuente

Bases de investigación

Varios países (Noruega, Gran Bretaña, Japón, Estados Unidos y Nueva Zelanda) han establecido una base para los grupos de exploración antártica. En la actualidad, hay incluso barcos turísticos que se acercan a sus orillas.

Rompehielos británico A173 cruzando el mar de Ross. Fuente

Reserva marina

Desde el año 2016 es una reserva marina, lo que la ha convertido en un área de protección de los recursos allí existentes, incluyendo especies animales, su hábitat, zonas de alimentación y de cría. La flora y la fauna son muy similares a las de otras regiones marinas del sur de la Antártida. El agua del mar es muy rica en nutrientes, que proporcionan alimento a focas, ballenas y aves marinas. Entre estos últimos, pingüinos de Adelia y emperador han establecido allí sus colonias.

Como puede comprobarse observando las imágenes, es una joya de nuestro patrimonio marítimo natural. 

Mar de Ross

Pingüinos de Adelia en el mar de Ross.  Fuente

Más información

AINLEY, David G. A history of the exploitation of the Ross Sea, Antarctica. Polar Record, 2010, 46, 3, p. 233-243.

ARAVENA RIVERA, Sybila M. A. Conservación en la Antártica: Área Marina protegida del Mar de Ross. 2016.

CHINN, T. J. H. Hydrology and climate in the Ross Sea areaJournal of the Royal Society of New Zealand, 1981, 11, 4, p. 373-386.

DEL AMO, Elena. El salvaje Mar de Ross: Antártida, la mayor reserva marina del planeta. Viajar: la primera revista española de viajes, 2020, 495, p. 110-128.

LÜDECKE, Cornelia. Exploración científica de la Antártida: ejemplos desde la época histórica hasta la fechaIstor: Revista Internacional, 2009, 39.

RACK, Wolfgang, et al. Sea ice thickness in the Western Ross SeaGeophysical Research Letters, 2021, 48, 1.

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